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Deep Fear – Retro Análisis del Resident Evil submarino de SEGA Saturn

Un estupendo survival horror fuertemente inspirado en la película The Abyss de James Cameron, perjudicado por distribuirse cuando SEGA ya había tirado la toalla contra la primera PlayStation

Cuando hablamos de un título retro, en Videojuerguistas nos gusta poneros en antecedentes: algo así como tirar del árbol genealógico gaming, con sus sucesores y predecesores, para establecer un contexto. Sobre todo cuando, como hoy, abordamos clásicos como este Deep Fear de Sega Saturn, que no logró toda la repercusión comercial que merecía su incontestable calidad, convirtiéndose en un gran desconocido entre la mayoría de aficionados.

Lo curioso del título que nos ocupa es que, a pesar de inspirarse en el fenómeno del momento, Resident Evil -lo cual era a priori una garantía para captar la atención-, su sucesor espiritual, el Cold Fear de Ubisoft, también fracasaría en ventas años después, pese a ser otro survival horror de muchos kilates.

Probablemente la complicada situación de Saturn en el caso del primero, y el arrollador éxito de Resident Evil 4 sumado a la incipiente saturación del género en el posterior caso de Cold Fear, dieron al traste con dos planteamientos bastante atractivos con los que intentaron desmarcarse de las trilladas escenografías de caserones misteriosos (Alone in the Dark, Haunting Ground, Koudelka) que copaban el miedo interactivo. Y es que ambas producciones ponían a prueba nuestras capacidades de supervivencia en altamar.

Sea como fuere, esta maldición marítima (Titanic vibes) condenó tanto a Cold Fear como a su predecesor y hoy, por su 25 aniversario, nos apetece recordar las virtudes -que eran muchas- de Deep Fear, uno de los juegos más olvidados e infravalorados de la extensa trayectoria de SEGA.

Atención a una de sus promos más locas en Japón

Terror a 300 metros de profundidad en el Océano Pacífico

Deep Fear se lanzó para la malograda SEGA Saturn en Europa el 30 de junio de 1998, y dos semanas después en Japón. Curiosamente no llegaría nunca a suelo americano, lo que sería toda una sentencia para el título. Otra curiosidad más: sería el último lanzamiento en nuestro continente para la consola, desplazada comercialmente por la primera PlayStation (puedes recordar en nuestro reportaje especial los factores que precipitaron la caída de Saturn y la consolidación del fenómeno PSX, como los 100 $ menos de precio de salida, aquí).

Con este panorama tan complicado de remontar, Deep Fear pretendía irrumpir con los deberes hechos, con ingredientes frescos y más que estudiados para triunfar dentro del boom del survival horror, un género en plena ebullición en 1998 con la llegada de Resident Evil 2.

Su planteamiento, como adelantábamos, era prácticamente calcado al del primer Resident Evil, y cambiaba los zombis por monstruos alienígenas en una base científica submarina, convirtiendo a Deep Fear en una suerte de adaptación de la película de James Cameron The Abyss y en una influencia directa de clásicos posteriores como Dead Space y Bioshock, juego de culto donde las profundidades marinas son un recurso de valor tanto estético como narrativo.

Asumíamos el papel de John Mayor, un ex-SEAL, que decide unirse a un grupo de rescate civil conocido como ERS (Emergency Rescue Serivces). Y aquí viene uno de sus giros locos, pues la acción arranca cuando un pequeño OVNI desciende desde el espacio y aterriza cerca de la estación marina, dejando una estela de extraños acontecimientos y accidentes mortales.

Mecánicas que sentaron precedentes

Deep Fear aportaba sus propios toques de personalidad con detalles tan innovadores como la asignación de ítems a botones del mando -algo que posteriores juegos han convertido en un estándar hoy por hoy-, permitiendo su consumo en tiempo real sin tener que acceder al inventario.

Sin embargo, de todas sus características destacó la posibilidad de caminar a la vez que apuntábamos, adelantándose más de seis años a la renovación del propio Resident Evil en 2004. Igualmente, también resultaba curiosa la limitación de oxígeno, añadiendo un plus de desasosiego a determinados tramos.

Por el contrario, optó por prescindir de las severas restricciones de inventario de Resident Evil, ahorrándonos ir a los famosos baúles a intercambiar ítems cuando estábamos sin huecos libres. Esto acortaba la duración del juego bastante, sobre todo en términos comparativos respecto a Biohazard, pero también es verdad que le daba mucha más fluidez al ritmo de partida, lo que finalmente posicionaba a Deep Fear como uno de los mejores sucedáneos de Resident Evil.

Entre los nombres propios implicados en el proyecto encontramos por un lado a Yasusi Nirasawa, nada menos que el artista tras los diseños de Kamen Rider, un icono de la cultura japonesa y uno de los artífices de la cultura de superhéroes tan propia del país. Y, por otro, destaca la presencia del compositor Kenji Kawai, toda una celebridad en el mundo de las bandas sonoras por sus atmosféricos y reconocidos trabajos en películas de repercusión internacional como The Ring y Dark Water, entre otras.

Como tantas otras producciones de la época, el paso del tiempo no ha tratado del todo bien a Deep Fear (tampoco tiene sentido valorar con la perspectiva de hoy títulos con tantos años a sus espaldas), si bien es cierto que sale muchísimo mejor parado que la mayoría de los survival horror de finales de los 90. Es inexplicable que siga ausente de todos los recopilatorios que SEGA ha lanzado hasta la fecha, y ya han sido muchos.

Deep Fear fue, en términos estrictamente comerciales, una víctima colateral del mismo descalabro de la plataforma para la que fue concebido; en una época en la que su género era sinónimo de ventas, contando ya con referentes de renombre, la obra de SEGA lo tenía todo a favor menos la popularidad de Saturn.

El cúmulo de dificultades ajenas a su calidad, con la empresa ya dando por perdida la generación cuando tuvo lugar su lanzamiento, lo terminaron sumergiendo en las mismas profundidades en que transcurría el juego. Ahora, se ha revalorizado con los años hasta transformarse en un incomprendido título de culto: una rareza únicamente conocida por los más puristas del género, que sigue esperando su merecida segunda oportunidad.


Sergio Díaz
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