Análisis ADR1FT – Atmósfera bug
Un indie complicado de recomendar, pese a su habitual precio de oferta, al ofrecer una experiencia interactiva plagada de fallos sin más valor que su impacto artístico
El entretenimiento electrónico ha diversificado su oferta en los últimos años gracias a los potentes saltos tecnológicos que se han desarrollado. El consumidor ahora puede elegir entre productos orientados exclusivamente hacia la cooperación/competición (Fortnite, 2017; Destiny, 2014; Final Fantasy XIV, 2013), los de corte tradicional sin cobertura online (Wolfenstein, 2014; The Witcher III, 2015) y aquellos que han enriquecido fórmulas ya conocidas con la mezcla de estilos, en un intento de establecer un rasgo distintivo (Batman: El Enemigo Dentro, 2017).
De todas las alternativas, sobresale una en plena expansión que está revolucionando a los aficionados, al situarlos en el ángulo más próximo (hasta ahora) a la credibilidad: la realidad virtual.
Algunos de los géneros que se han beneficiado de este potencial han sido la velocidad –Gran Turismo Sport (2017)- o el terror –Resident Evil VII (2017)-, proyectando en los usuarios unas sensaciones de vertiginosidad o pánico completamente renovadas.
Mientras esta tecnología se perfecciona y abarata para llegar a un público más amplio, los títulos que procuran sacarle partido continúan llegando con la misma heterogeneidad que comentábamos al principio, buscando convertirse en referentes dentro de un terreno todavía poco concurrido; algunos lo intentan con dinámicas más conservadoras (Skyrim VR) y otros, desde la originalidad.
En esa última terna se encontraría este Adr1ft, que traducido significa “a la deriva” y cuyo punto de partida hace justicia a su nombre. Sin más preámbulos que un tutorial, el juego arranca con nosotros en medio del espacio, flotando entre un montón de piezas, destrozos y escombros con el planeta Tierra como impagable telón de fondo.
Un accidente ha hecho pedazos la estación donde nos encontrábamos, debiendo reiniciar los sistemas de cada área para activar una sonda de rescate; no hay más propósito que el de sobrevivir, y en ese único objetivo se centran las casi tres horas que se alarga el walking simulator.
La impresión de los primeros compases es innegable por la fuerza de sus paisajes y la acertada sensación de incomodidad del traje de astronauta.
Esta conjunción de percepciones táctiles y audiovisuales son el mayor acierto de Adr1ft, y por desgracia, el único, ya que el interés se desploma enseguida a causa de un desarrollo excesivamente repetitivo, donde todas las cartas se han puesto bocarriba en los diez primeros minutos.
La mecánica jugable se sustenta en tomar oxígeno periódicamente y en ir de un lugar a otro –entregando claves informáticas o activando zonas-.
Aunque existan unos treinta coleccionables desperdigados en forma de audios y pertenencias de los tripulantes, que nos contarán (mediante unos ridículos subtítulos a español) pequeñas anécdotas personales, no se apoya en ningún caso sobre un argumento sólido.
La falta de explotación de las circunstancias para plantear una mínima narrativa, ya fuese de corte épico o introspectivo, es uno de los grandes lastres de Adr1ft: sin una evolución de acontecimientos, el juego se convierte en un viaje por el espacio desastrosamente monótono.
No hay sucesos que marquen un punto de inflexión de ninguna clase; la primera hora de partida es idéntica a la segunda, y ésta a la tercera. No hay terror, reflexión ni sensaciones de ninguna clase, salvo la intranquilidad por encontrar el siguiente bidón de O2.
En conclusión, estaríamos ante un producto tan dependiente de su capacidad de inmersión que, fuera de la realidad virtual, carece de atractivo.
Hay muchas opciones en el género a recomendar antes que ésta, que además tampoco sale muy bien parada en términos técnicos: hasta seis veces en una hora me he encontrado reiniciando y volviendo al último punto de control, por los cuelgues que presenta.
La irritante falta de pulido también incluye unos tiempos de carga desmesurados o los ya mencionados mini-subtítulos, dejando un pésimo sabor de boca en lo relativo al trabajo de posproducción.
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