El cine slasher y sus reglas: ¿Han cambiado? ¿Qué es el protoslasher?
Repasamos las normas de un subgénero reescrito por Scream. Vigila quién llama en 1996 hasta la actualidad
Estamos en una era donde las normas del subgénero slasher son difusas, pues es cierto que las películas se han encargado de romperlas y hacerlas suyas; y Scream (1996) de Wes Craven es el mejor ejemplo de ellos.
Sin embargo, todo tiene un origen y unos preceptos que sirvieron para asentar el slasher. Hoy sus normas nos parecen anacrónicas, en cierta parte sexistas y conservadoras, pero los tiempos cambian y hay que contemplar todo desde una perspectiva contextual.
Me repito mucho, pero en esto se reafirma el concepto en el que creo firmemente: el slasher es un subgénero que debe adaptarse a la sociedad y cumplir su demanda. En el momento en que sigues anclado en el pasado y no te reinventas ni comprendes la sociedad actual… logras que el espectador se sienta desplazado y no se encuentre representado. Por mucho nostálgico del subgénero que haya, tu target es el adolescente y debes ceñirte a ellos.
En este primer artículo comenzaré por el protoslasher. Se entiende este término para referirse al slasher pionero. Excluyo los giallo italianos, ya que este subgénero fue modificado en tierras estadounidenses y ensamblado con sus propias reglas.
Como no me gusta extenderme demasiado, prefiero que en este especial de slasher queden publicaciones cortas y rápidas de leer a que sean muy largas y tediosas, y personalmente me gusta más organizarlas de tal forma. Así pues, recopilaré, con base en mi visión sobre distintas películas comprendidas entre los 70 y mediados de los 80, aquellos preceptos que más se repiten.
Aviso que contiene SPOILERS.
Una vez dicho esto, es hora de empezar. ¡Dentro cuchillo!
– El asesino es (casi) siempre un hombre
Cabe recordar que la mayoría de los asesinos son hombres, a excepción de algunas películas, como Pamela Voorhees en Viernes 13 (1980, Sean S. Cunningham), Joanne/Tricia Morgan en Sweet Sixteen (1983, Jim Sotos) o Angela Baker en Campamento Sangriento (Sleepaway Camp. 1983, Robert Hiltzik), por lo que el sexo masculino era el elegido para empuñar el arma y sesgar vidas.
Los hombres, si formaban parte de un grupo de amigos, eran las piezas perfectas para sacrificar en pro de un espectáculo sanguinolento; en caso contrario, su predestinación era ponerse la máscara del asesino.
¿Su motivación? Quizás una venganza personal, un trauma de la infancia, abusos, un problema mental (por lo general, acompañado de una extrema malformación física, algo recurrente en el subgénero) o una mezcla de todos ellos, como el caso de Leatherface (tiene tantos nombres en esta saga tan exprimida que prefiero referirme a él con su alias) en La matanza de Texas (1974, Tobe Hooper).
– La mujer como figura central
Aquí hay división de opiniones, entre quienes consideran que el slasher clásico es un alegato machista y los que opinan que es una lección de valentía, resaltando el sexo femenino por encima del masculino.
En las películas, la mujer es quien ofrece la desnudez gratuita e innecesaria; también quien huye del asesino, toma las peores decisiones, grita tan alto que parece que esté aliada con su perseguidor para que la capture y en ocasiones idean o colaboran en las peores inocentadas, como en The House on Sorority Row (1982, Mark Rosman) —apunte: esto también se repite en su remake, Sorority Row (2009, Stewart Hendler)—, Sleepaway Camp o Slaughter High (1986, Peter Litten, Mark Ezra).
En estos casos, todas reciben su redención… en forma de muerte, o quizás surge una joven arrepentida, o que se vio obligada a participar en la cruel broma, que intenta limpiar su conciencia y arreglar lo ocurrido.
A pesar de esto, el asesino le da caza sin distinción, por lo que se verá obligada a derrotarlo. Se puede interpretar a la chica final como el estandarte de la resistencia en una época donde aún existían conductas cavernarias con las mujeres.
– Pureza en la última superviviente
Enlazado con el punto anterior, a la chica final se le pedía que encarnara los valores morales predominantes de la época. Si te desinhibías, corrías el riesgo de morir a manos del asesino en una especie de castigo por haberte saltado el celibato.
Por supuesto, mantener relaciones sexuales estaba prohibido si pretendías llegar viva hasta el final y derrotar al asesino. También es una especie de metáfora sobre la propia metamorfosis de la chica: de la adolescente cándida a la mujer adulta, tras destruir con brutalidad la crisálida donde se refugiaba.
– El villano nunca muere
Esto, al menos, sucede en la primera parte. Aquí se abren dos vías: una, que el asesino muera aparentemente, como suceden en las sagas Viernes 13, Halloween o Pesadilla en Elm Street, como ejemplos más claros, y la otra es en la que el cadáver del villano no aparece cuando las autoridades llegan al lugar de la matanza, o nos muestran directamente que el asesino se ha escapado, dando pie a futuribles secuelas (en la mayoría de los casos), como Angela Baker en la saga Campamento sangriento, Eric Slater en The House on Sorority Row (Mark Rosman, 1983), Billy en la original de Navidades negras (1974, Bob Clark) o Axel Palmer en San Valentín Sangriento (My Bloody Valentine. George Mihalka, 1981).
En una época donde este subgénero era el Marvel de nuestros días, exprimir al villano era una fórmula infalible para seguir recaudando dinero con producciones de bajo coste. Si los jefazos veían que la recaudación era favorable, podían inyectar más dinero en las siguientes secuelas, aunque en ocasiones esto se traducía en batacazos en taquilla por agotamiento.
También hay que pensar en algo: esta ambigüedad nacía en la propia inseguridad de los productores, porque si bien el slasher se convirtió en el tipo de películas propicio para ganar dinero con poca apuesta económica, no todas podían triunfar, o no con tanto éxito como pensaban.
Si esto sucedía, podían finalizar una saga, o incluso una única entrega, enseñando al espectador el destino incierto, dándonos a entender que la masacre continúa en la ficción aunque ellos no puedan verla, o cerrado, si observamos que la chica final mata al antagonista. Este tipo de decisiones más evidentes y seguras se convirtió en la tónica para la sobreexplotación del subgénero.
Y hasta aquí este primer acercamiento al slasher. Volveremos a vernos próximamente, porque en esta ocasión el Saco de Sam viene cargado con cuchillos.
¡Felices puñaladas!