Análisis GHOST BLADE HD – Conformismo retro
El mismo juego que apareció en Dreamcast, falto de originalidad y duración, estrena filtros gráficos y cooperativo local
Dreamcast fue la última consola de Sega, y, paradojas del destino, una de las que mejor catálogo almacenó en su breve recorrido. Virtua Tennis, Daytona USA, Virtua Fighter 3, Sonic Adventure, Shenmue, SoulCalibur, Street Fighter III, Skies of Arcadia, Metropolis Street Racer… La lista de imprescindibles sería realmente larga, pero en ella no constaría Ghost Blade HD, un matamarcianos desarrollado por Hucast Games que, como nota curiosa, llegó en formato físico en septiembre de 2015, convirtiéndose en el último juego editado hasta la fecha para la plataforma.
Ahora también se estrena en la presente generación, utilizando la nostalgia y el débil estado del género como principales reclamos, y prácticamente los únicos, según se comprueba al profundizar en el título.
Nos encontramos ante un shoot’em up de marcado sabor nipón, donde una nave hace frente a oleadas de enemigos que disparan constante y masivamente, lo que le sitúa en el estilo manic shooter visto en Ikaruga (Treasure, 2001), con el que también comparte la perspectiva cenital.
Antes de arrancar la partida, podemos escoger entre varios modos (entrenamiento, puntuación y arcade) y, una vez dentro de la opción, se nos permite configurar la dificultad (tres niveles); por último se selecciona la nave, aunque a efectos prácticos, las tres disponibles no tienen diferencias más allá del color y forma de su ataque especial.
Ya en marcha, observamos que la mejora del apartado técnico se limita a alcanzar los 1080p y los 60fps; no se ha retocado nada más, conservando un aspecto retro que gusta más por la época evocada que por méritos propios, puesto que el diseño de todo lo mostrado no presenta ni un ápice de personalidad.
Es decir, no existe un rasgo distintivo, un esfuerzo por sobresalir ni un toque de originalidad que diferencie a Ghost Blade y que lo haga mínimamente memorable; todo en él es demasiado típico y convencional desde cualquier ángulo, incluyendo una música electrónica poco inspirada, enemigos repetitivos o unos jefes finales insustanciales y nada espectaculares.
Ni siquiera tiene power ups vistosos en forma de escudo o láser, como ocurre habitualmente en los matamarcianos: tan sólo se puede potenciar el disparo principal y, extrañamente, llegado al máximo grado de refuerzo, no lo perderemos aunque nos liquiden varias veces, conservándolo hasta el game over.
Poca duración, mucha repetición en Ghost Blade
No obstante, quienes sean muy fanáticos del género podrán disfrutar de una mecánica que cumple a rajatabla con los preceptos que se esperan de él: un control sencillo, que cuenta con un ataque concentrado -ralentizando la velocidad de desplazamiento-, otro ataque ligero y lanzamiento de bombas; también, un ritmo muy rápido que no se detiene hasta acabar la fase, y una dificultad bastante elevada en las opciones superiores.
Por tanto, estaríamos ante un juego que es capaz de divertir gracias a una fórmula más que cualificada para ello, al menos durante los cuarenta minutos que se alarga el modo arcade; porque Ghost Blade sólo se compone de cinco fases realmente breves, y eso, al lado de ofertas recientes como Darius Burst Chronicles (Pyramid, 2015), todavía deja en mayor evidencia al juego.
El entrenamiento, el ranking online y el score attack, así como la opción de jugar en compañía, pueden estirar más la experiencia jugable; pero a todas luces tiene una vida útil muy corta, debido, en gran parte, a la similitud de las naves: si de verdad se hubiesen introducido sendas diferencias entre ellas, se habría aumentado notablemente la rejugabilidad.