“¿Truco o trato?”, calabazas, caramelos y disfraces – Datos y curiosidades
Las tradiciones: ese es el verdadero espíritu de Halloween. Honrar a los muertos se convirtió en una banalidad actualmente y en una tradición casi olvidada…
El ambiente huele a lluvia, los días son más oscuros; la brisa apacible arrastra las hojas doradas que con timidez caen de los árboles… y Sam aguarda con su saco para ver quiénes rinden culto y quiénes se mofan de las tradiciones.
Antes de presentar el artículo sobre la película Truco o Trato: terror en Halloween (2007, Michael Dougherty), considero oportuno hablar sobre la fiesta, pues la cinta presenta muchos homenajes a su origen, además de a las criaturas que le han dado su forma actual.
En esta ocasión, y rodeado por un altar de calabazas y nabos tallados, envuelto en la penumbra que sus velas crean, vamos a sumirnos en un viaje al pasado, de la misma forma que lo hacen los niños de El árbol de las brujas, novela escrita por Ray Bradbury.
¡Auld Lang Syne; por los viejos tiempos!
El origen de Halloween
Si algo queda claro es que esta festividad apenas es una evanescencia de lo que un día fue.
Empiezo por la celebración de Samhain, en el solsticio donde la luz dejaba paso a la oscuridad y las inclemencias de una meteorología mucho menos apacible.
En este día, los celtas agradecían un nuevo año de cosecha y pedían por que el siguiente fuera igual o más fructífero. Pero también era la fecha donde los muertos podían regresar a la vida: los celtas, en señal de respeto, dejaban comida en los exteriores o bien encendían velas para guiar a los espectros de vuelta a su mundo; los había que deseaban reencontrarse con sus seres queridos y dejaban una silla en la mesa para poder disfrutar con ellos.
Los druidas (sacerdotes celtas) encendían una gran hoguera donde arrojaban los huesos de los animales sacrificados, pues era costumbre que, antes del inicio del festival, ninguna hoguera podía estar encendida.
Todo esto duró hasta el siglo IX, cuando el papa Gregorio IV declaró como universal la fiesta del día de Todos los Santos; anteriormente, en el siglo VIII esta festividad la inauguró el sumo pontífice Gregorio III en Roma.
Se prepararon tres días de celebración llenos de rezos, tañidos distintos de campanas o pasteles de alma (que se preparaban para que los cogieran las personas con menos recursos económicos, que acudían a los domicilios con cánticos y rezos a cambio de un dulce casero; a esta actividad se la conocía como «souling»).
Estos recibieron el nombre «Allhallowtide» (triduo o tiempo de Todos los Santos —Hallowmas season—) en los cuales se reservaría el día 31 de octubre para la vigilia de Todos los Santos.
Configurando la leyenda de Jack-o’-Lantern
Para hablar del porqué de la leyenda que empezó a moldear la festividad, antes debemos fabricar las formas de los moldes.
En 1663, fecha apuntada por el Oxford English Dictionary, el término «Jack with the lantern» (Jack con el farol) se usaba para denominar a los vigilantes nocturnos; en 1704, se registra «Jack of lanthorns» (Jack de los faroles).
Observamos que el nombre también aparecía en la construcción «Jack of all trades» (aprendiz de todos los oficios). En la obra The Rivals (en concreto, acto II, escena IV), publicada en 1773 por el autor Richard Brinsley Sheridan, construye una oración metafórica con el término en sentido sinonímico.
Cito textualmente: «He seguido el jack-a-lantern de Cupido y me he visto atrapado en un lodazal». A colación de esto, es posible establecer un paralelismo entre el fragmento «[…] en un lodazal» con la leyenda de los fuegos fatuos, que recibió el nombre Willie the wisp, para después convertirse en «Will-o’-the-wisp».
Vemos que a principios del siglo XIX se emplea «Jack-o’-Lantern» para definir las travesuras espeluznantes de los niños, como se refleja en una crítica que Coleridge (poeta) realiza sobre una obra de teatro en 1817: «luces de las Jack O’Lantern que los niños traviesos […] proyectan con un espejo sobre las caras de sus vecinos con intención de cegarles». Esclarecemos, pues, que en 1817 la Jack O’Lantern queda definitivamente asociada con este tipo de actos.
Antes de llegar al tema que nos incumbe, he decidido omitir el origen de la festividad, pues aún hoy en día se sigue debatiendo sobre si es escocés o irlandés. Entre otros motivos, y según señaló el historiador francés Jean Markale, se encuentran que los irlandeses católicos se tomaron más en serio las leyendas de Halloween que los escoceses presbiterianos.
Las postales como medios de difusión
Estamos a principios del siglo XX. Muchas empresas empiezan a crear postales con motivo de la celebración de Halloween. Nos muestran bestias de toda índole, como cigarrillos gigantes, duendes que viven en los azucareros, fantasmas, los cocos que se llevan a los niños trasnochadores… El catálogo es extenso al igual que la forma de representarlos.
Y en este punto regresamos al «conflicto» irlandés-escocés. En los rebordes de las postales más antiguas se podían encontrar el famoso tartán rojo y negro o mensajes como «Auld Lang Syne» que decíamos al principio del reportaje, el cual nace de una popular canción escocesa escrita por el poeta Robert Burns y cantada, principalmente, en Nochevieja.
Stuart Schneider, un experto en artículos de colección, refuerza su convicción con citas como «en los primeros adornos nunca aparecen tréboles, duendecillos y demás». Sin embargo, hay que tener en cuenta la relación mitológica de Irlanda y Escocia o el número de inmigrantes irlandeses, que produjo un éxodo desde el país en comparación con la minoría escocesa.
Quizás también el motivo de creer que Halloween es escocés se deba a la discriminación contra los irlandeses en Estados Unidos, pasando por alto que su imaginería proviniese de ellos y no de los escoceses.
Pero volvamos a las postales. Por supuesto, el símbolo que se sobrepuso al resto fue el de la Jack O’Lantern, que contó con una variante que, por desgracia, ha quedado olvidada actualmente (y que intenta recogerse vagamente en fotografías de perfiles de Instagram dedicados a Halloween): humanos-calabaza.
Estas personas tenían por cabeza el vegetal y sus rasgos no daban la sensación de estar tallados, no, sino de que realmente eran sus expresiones. Una visión inquietante cuanto menos y aterradora si tenemos en cuenta la época en que transcurre.
Una comparación clara la encontramos en la «cara de la luna» creada por el cineasta francés Georges Méliès en 1902. Estos personajes salían realizando todos los ritos de Halloween (que hablaré en el siguiente punto), y otros más surrealistas, como transformar sus rostros redondos en globos aerostáticos o llorar desconsolados mientras unos demonios o duendecillos les rebanan la cara con cuchillos (esto, personalmente, me resulta perturbador aún hoy, pobres niños).
También se combinan las brujas con las calabazas talladas, creando instantáneas alegres donde las mujeres salen ataviadas con vestidos y gorros de colores; la visión estereotipada de ropa negra no llegó hasta que Margaret Hamilton interpretó a la Cruel Bruja del Oeste en El mago de Oz (1939), de la MGM (Metro-Goldwyn- Mayer). Parece ser que anterior a este año no existían códigos de indumentaria concretos.
En estas postales, además de lo mencionado y de los disfraces, que respondían al estilo de entonces, también se mostraban las prácticas llevadas a cabo, e importadas casi intactas desde Escocia, Gales, Inglaterra e Irlanda. Así que vamos allá.
Prácticas rituales en Gran Bretaña e Irlanda
Tomamos como referentes los ritos que se llevaban a cabo en estos países, y que se trasplantaron a otro continente para conformar las tradiciones de un Halloween que bullía como si las hermanas Anderson estuvieran preparando un brebaje en su caldero.
Uno de estos rituales de adivinación consistía en colocarse frente a un espejo a medianoche, en una suerte de la leyenda urbana de la Dama de Blanco: la imagen que saliera reflejada representaría su futuro.
Debido a que era más una práctica femenina, y con base en las reglas morales de la época, es posible que la muchacha que lo mirase esperaba hallar que su destino era comprometerse con un buen partido y no quedar soltera.
Algo parecido se realizaba de otra forma, esta vez con cuencos. Se colocaban tres: uno vacío, otro con agua limpia y el último con agua sucia o tierra, directamente. A la interesada se le vendaban los ojos, se le acercaban los cuencos y debía introducir un dedo al azar en uno de ellos. Si tocaba el vacío, significaba que le deparaba una vida de eterna soltería; el de agua limpia, por el contrario, señalaba la virginidad de la persona amada, y el de agua turbia o sucia apuntaba que «el producto sufría taras».
Vamos con otro juego, también relacionado con el amor, y que se practicaba principalmente en Irlanda y en algunas zonas de Inglaterra. Esta vez, toca la «morder la manzana».
El juego cuenta con distintas variantes, dos de ellas las más practicadas y conocidas: en la de Irlanda se cuelga la manzana del techo con una cuerda, y en la otra más extendida, se meten varias manzanas en un barreño con agua. Su origen, en definitiva, proviene de los romanos y su creencia en Pomona, diosa de la fertilidad, que aparece representada con un manzano: cuando invadieron Britania, llevaron un manzano en su honor. Fin de la historia.
Ahora vamos con lo que importa. Existen diversas finalidades del juego y formas de jugar, aunque todo se resume en coger una manzana con la boca. En una de estas, tras agarrar la fruta, debías quitarle la cáscara de una sola pieza; si no lo lograbas, significaría que tendrías mala suerte en el amor, y si por el contrario conseguías hacerlo, tenías que lanzar la tira por encima de tu hombro y fijarse en la letra que formaría la piel, pues indicaría la inicial de tu enamorado.
Otra versión se hacía para comprobar cuán de férreo era el amor entre la muchacha y sus pretendientes. Por lo tanto, ellos tendrían que atrapar la manzana. Si lo hacían en un intento, eso significaría que estaban destinados el uno para el otro (y así fue cómo tres hombres lo lograron e inventaron el actual poliamor); si necesitaban dos, habría cortejo, pero el amor se desvanecería, y si precisaba de tres, no existía romance alguno. Otro enfoque era una carrera, donde el primero que lograra morder la manzana, se casaría con su amada.
Otro juego de adivinación romántica consistía en ponerles nombre a un montón de cáscaras de nueces y dejarlas cerca para comprobar cuál ardía durante más tiempo, que indicaría un amor verdadero, y cuál se agrietaba o saltaba lejos de la chimenea, lo que señalaría un amor pasajero.
Estos juegos se comentan que nacen de la caza de brujas que tuvo lugar en todo el mundo entre los siglos XV y XVII. Ataban a las mujeres y las arrojaban en estanques profundos; si se hundían y morían ahogadas, se demostraba su inocencia e iban al cielo (vaya, qué piadosos eran, ¿verdad?), pero si lograban flotar en la superficie, eso significaba que los demonios las ayudaban, por lo que las acusadas morían quemadas en la hoguera.
De todos modos, esto no se puede corroborar, ya que no se poseen pruebas suficientes que avalen el origen de los juegos de adivinación como una representación de los juicios por brujería.
Todos estos juegos formaron parte de Halloween en el momento en que los estadounidenses, curiosos por las tradiciones arraigadas en los inmigrantes irlandeses, quisieron investigar sus orígenes. Así pues, la festividad ya empezaba a inocularse en la cultura popular. Pero falta rematarla con algo…
Los monstruos salen a pedir “¿Truco o Trato?”
Llegamos a principios del siglo XX. Estamos en la Primera Guerra Mundial. Los inmigrantes irlandeses aún no se han recuperado de las penurias de las que huyeron, y los niños de estos se ocupaban de rogar ayuda por las tiendas de los barrios donde vivían.
Como eran clientes habituales, los dependientes tendían a bien de ofrecerles un aguinaldo a cambio de que siguieran pasando por sus locales; los que se negaban, obtenían una andanada de golpes en la puerta de sus establecimientos. Esto se acuñó con el término slamming gates (golpear puertas), que también se asociaba con la precariedad.
Seguimos avanzando un poco más. La fiebre por películas como Tutankamón, Drácula, La cosa del pantano o Frankenstein propiciaron la venta de disfraces de estas temáticas.
A ello se unió Disney comercializando sus propios atuendos, aunque debo decir que resultaban bastante perturbadores y que no querrías encontrarte con ninguno de ellos por la noche.
La mascarada de la fiesta empezaba a establecerse, si bien no con el significado original. Aunque el consumismo relacionado con la festividad no era tan feroz como hoy en día, las empresas empezaron a idear formas nuevas con que lucrarse. Así que vamos a conocer cómo se granjeó el tradicional «truco o trato» en Estados Unidos (y que se exportó a todo el mundo).
El vandalismo y las penurias crecieron con la crisis de 1929, algo que se reflejó en Halloween. Los niños salían a las calles y rompían escaparates, farolas, arrojaban huevos a las ventanas… Todo estaba permitido.
De hecho, según recortes de prensa, en Mount Vernon arrojaron a las vías un muñeco muy realista justo en el momento en que pasaba un ferrocarril. Por lo tanto, Halloween sería criminalizado y defenestrado, sobre todo por los grupos más conservadores que no dudaron en movilizarse a través de todo tipo de medios, como los escolares.
Con relación a estos hechos, los que estaban hartos de las gamberradas de los críos pensaron en ofrecerles un trato, cuya analogía podemos encontrarla en las negociaciones de Jack con Satanás para que no se llevara su alma…
Los vecinos abrirían las puertas de sus domicilios a todos los niños y los esperarían con cuencos llenos de golosinas: se las darían si a cambio no estropeaban la fachada de su casa, su negocio o si no se llevaban la matrícula de su coche.
La iniciativa resultó tan exitosa que los niveles de vandalismo se redujeron de forma radical y domaron a las pequeñas bestias. Aquí también se abrió una gran vía de negocio para las empresas. Una de ellas, llamada Candy Products Co., establecida en Portland, Oregón, creó la gama Ze Jumbo Jelly Beans.
¿Su intención? Lucrarse con los acuerdos entre vecinos y trasteadores. La mejor prueba de ello es el eslogan escrito en la tapa de la caja: «Stop Halloween pranksters» («Contenga a los bromistas en Halloween»).
Sin embargo, no en todos los lugares se disfrutaba del truco o trato. Esto se debía a la pobreza dispar, por lo que en lugares como Cleveland los niños se tiznaban la cara y desfilaban por las calles mientras volcaban cubos de basura.
De forma progresiva, el temor por el vandalismo se convirtió en algo banal, en una tradición que germinó en muchas personas. Los artículos con el rostro de las Jack O’Lantern se disparaban, igual que las fiestas temáticas o las casas encantadas.
Los disfraces se tornaron más siniestros, con motivos antiguos, hasta llegar a los asesinos en serie cinematográficos y a los diablitos y diablitas salidos de una versión porno amateur. En definitiva, Halloween nacería tal y como hoy lo conocemos.
Muchos otros acontecimientos configuraron Halloween, entre los que se encuentran el racismo o los disturbios generados por libertad sexual en San Francisco, pero entonces el artículo se convertiría en un libro, y esa no ha sido mi intención.
He querido sintetizar, en lo máximo posible, la evolución de Halloween. Obviamente he dejado hechos tan relevantes en la comercialización de la fiesta como los terribles juicios por brujería en Salem (aunque en Europa, sin ir más lejos en Alemania o los países nórdicos, la persecución fue más feroz y el número de muertos superaba con creces los de esta ciudad de Massachussets).
Ojalá pudiera realizar un recorrido más pormenorizado, pero tampoco es necesario en el formato de este especial de Halloween.
Espero que os haya gustado. Tenemos otro especial a vuestra disposición aquí con un montón de opciones con las que practicar el “¿Truco o Trato?”
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