‘Truco o Trato: Terror en Halloween’ (2007) – Una película indispensable para la fiesta de Todos los Santos

Cuando oigas al búho ulular,

ponte a toda prisa el disfraz.

Apresúrate y sal con sigilo…

¡en Halloween se decide tu destino!

Postal de principios del s. XX

Tras nuestro viaje al pasado y conocer cómo se ha configurado Halloween hasta el día de hoy, toca hablar sobre la que es, para mí, la mejor película de la festividad: Truco o Trato: terror en Halloween (Trick ‘r Trick. 2007, Michael Dougherty).

AVISO: contiene SPOILERS que te arruinarán por completo la experiencia si pretendes verla. Si ya la has visto, entonces es un lugar seguro para ti.

He decidido dividir este artículo en tres apartados bien diferenciados: la importancia de las tradiciones, el reflejo de la cultura popular y el espíritu de Halloween.

Toca hacer un recorrido por las calles de Warren Valley acompañados del adorable Sam. Así que es hora de ponerse en marcha e ir a recoger caramelos entre lobos, brujas, muertos vivientes y asesinos.

¡Dentro chucherías!

Imagen: 40TalesofPumpkin

La importancia de las tradiciones

Este es el mensaje que prevalece a lo largo de toda la película. Cada una de las historias que nos presentan se rige por este principio. En cierta forma, actúa como advertencia de las consecuencias por burlarnos de las costumbres y creencias.

Desde el principio esta consigna queda presente. Primero, nos presentan a los personajes que han sobrevivido (debemos recordar que el inicio es el final, en este caso): el coche de las mujeres lobas, el carrito de mano de Rhonda, la minibruja, los niños transformados en muertos vivientes que van o regresan de visitar al señor Kreeg (aparecen en la cuadrícula de la izquierda en un fotograma)… y Emma y Henry. Es precisamente con ellos con quien termina, y a la vez empieza, el mensaje de Sam.

Encontramos que a Emma le aburre Halloween, mientras que Henry lo disfruta. De hecho, cuando ella va a apagar la Jack O’Lantern él le dice que no lo haga todavía. Emma le pregunta que por qué no y Henry le responde que «es la tradición».

Su esposa vuelve a burlarse de la festividad y cumple con su intención inicial. Es en ese momento donde, siquiera intuirlo, ha condenado su vida. Mientras recoge la decoración del jardín se inquieta porque alguien disfrazado de asesino la observa como Michael Myers, hasta que este se quita la máscara, descubre que es un adolescente y se monta en un coche naranja (vaya, qué casualidad) para irse de fiesta con los amigos.

Parece ser que no hay ningún otro peligro, pero entonces el bueno de Sam salta sobre ella bajo una sábana blanca y, tras un forcejeo, termina apuñalándola con una piruleta rota. Emma es la primera víctima que emplea para recalcar que no debes burlarte de las tradiciones o terminarás convertida en una hermosa Jack O’Lantern.

Sin embargo, Sam no es el único que emprende una misión «justiciera». Una vez hemos terminado el prólogo, seguimos el camino de un niño que arrastra un saco de arpillera.

Podríamos confundirlo con Sam, pero se trata de un chiquillo llamado Charlie. En su recorrido, también aparecen los protagonistas de las historias: el trío de jóvenes que salen brevemente acompañadas por su risa, Henry y Emma, aún disfrazados… y Steven Wilkins.

Tomamos como referencia a estos dos personajes para seguir representando la consigna de Sam: el respeto por las tradiciones. Charlie es un adolescente estúpido (la verdad, Wilkins hizo un buen trabajo) que se dedica a romper todas las calabazas que encuentra en su camino.

Con tan mala fortuna que llega a la casa del señor Wilkins y, en lugar de coger solo un caramelo, roba la calabaza. Lo que no se imaginaba era que estaría detrás de él.

Mientras Steven Wilkins le habla sobre ser respetuosos con esta fiesta, Charlie cae envenenado y su cabeza empleada como una artesanal y diferente Jack O’Lantern que se encargan de preparar Steven y su hijo Billy.

Aunque el trasfondo viene a ser un castigo por burlarse de la festividad, esto se diluye cuando se descubre su tendencia homicida y que no es ni será el único cadáver que carga a sus espaldas.

También resulta inquietante que nos hagan creer en un primer momento que Steven va a matar a su hijo, algo que puede ser un indicativo de que asesina para reprimir sus impulsos de acabar también con Billy.

¿Es posible que asesinara a su propia mujer en un arrebato incontrolable? Quién sabe, pero el caso es que Steven Wilkins está enfermo, aunque no es la única amenaza del pueblo…

Nos ponemos en la piel —nunca mejor dicho— de Laurie (interpretada por Anna Paquin), que acompaña a su hermana y dos amigas a la fiesta de Halloween que tiene lugar en el Prado de las Ovejas (nombre bastante acertado para lo que se van a convertir los chicos que acudan allí).

Aunque sus disfraces difieren del sentido original de la fiesta, pretenden escenificar la inocencia de los personajes escogidos; en esta ocasión, Laurie encarna a la dulce e inofensiva Caperucita Roja, quien debe buscar a su «lobo» para cumplir su ritual iniciático.

De nuevo, vemos cómo se aboga por el cumplimiento de las tradiciones cuando Laurie se queja a Danielle, su hermana, por tener que disfrazarse así. «Lo hacemos todos los años, es la tradición», le responde ella.

En esta ocasión, en sus conversaciones se encuentra qué están tramando, solo que quizás en el primer visionado lo pasemos por alto y consideremos que es otra charla insustancial y destendida de unas adolescentes que recuerdan la noche de juerga del año pasado. Pero la realidad es mucho más siniestra, incluso por encima del niño mirón que quiere observar unos pechos distintos a los de su madre…

Saltamos a la tradición que más disfruté por el resultado final, si bien Schrader y Chip quizás no merecieran morir (debemos recordar, aun así, que a pesar de portarse bien con ella también habían colaborado en la broma pesada).

Macy, Sara, Schrader y Chip quedan con Rhonda, la chica marginada, introvertida y amante de Halloween cuyo jardín delantero está lleno de espectaculares Jack O’Lantern.

El objetivo es gastarle una horrible inocentada con el telón de fondo de una leyenda urbana (profundizaré en ella en el siguiente apartado), que trata sobre la muerte de ocho niños con problemas mentales que iban en un autobús escolar. Macy explica que deben colocar ocho linternas de calabaza en honor de las ocho criaturas. «Es la tradición», se limita a decir.

Por último, tenemos al único personaje que no tiene tradición alguna más que asustar a los críos que van a pedir «truco o trato» a su casa: el señor Kreeg, quien a su vez es el conductor que aceptó el soborno de los padres para deshacerse de los niños, solo que casi muere en el accidente.

Podemos adivinar que es el sosias de Ebenezer Scrooge, pero cambiando Navidad por Halloween. Kreeg recibe también varias visitas: una de carácter agresivo cuya intención es que no desprecie la festividad y otra con motivo vindicativo… y sanguinolento.

Con el primer invitado, que es Sam, Kreeg comprende que debe contribuir a la celebración de Halloween, y la forma es entregándoles caramelos a los chiquillos que visiten su domicilio.

En su último encuentro visual, parece que han sellado la paz. Sin embargo, una última visita, que proviene del pasado, le hará pagar por su inhumana decisión: los niños que murieron en el autobús escolar.

El «truco o trato» de hace décadas de nada le sirve al Sr. Kreeg cuando los muertos vivientes se abalanzan sobre él para reclamar un poco de la sangre que se derramó injustamente.

Es momento de adentrarnos en el trasfondo de cada historia que integra esta peculiar antología de Halloween. Algunas tienen su base en la realidad, mientras que otras rinden homenaje al género de terror a través de muchas generaciones.

Intentaré sintetizarlo lo mejor que pueda para no resultar cargante, así que… ¡Vamos allá!

  1. ¡Caramelo con sorpresa!

Primero tenemos a Steven Wilkins envenenado a Charlie con cianuro de potasio, que tiene el color, forma de chocolate a la taza (su olor semeja a la almendra), y después tenemos al pequeño Sam, que quita el envoltorio de una barrita de chocolate en cuyo extremo asoma una afilada cuchilla ensangrentada (además, da la casualidad de que sale de la calabaza de chucherías de Steven Wilkins). Pues estos dos detalles forman parte de una misma historia.

Aquí hay dos versiones de la famosa leyenda urbana. Seguro que habréis escuchado, si alguna vez habéis realizado el ritual de pedir caramelos por las puertas, o incluso de las chucherías que venían en los conos de plástico que te daban cuando ibas a una fiesta infantil, que tuvierais cuidado porque a lo mejor os tocaba una golosina peligrosa.

La primera de las versiones es que el caramelo podía estar envenenado con matarratas (lo más fácil de entender a corta edad), y la segunda es que quizás en una barrita de chocolate podía ocultarse una cuchilla que podía rasgarte la garganta y morir.

Pues vengo a deciros que todo tiene una base real… y demencial. Retrocedemos a 1974, Estados Unidos. Una época convulsa marcada por la Guerra de Vietnam, problemas socioeconómicos y una retahíla más política que no viene a cuento. El exorcista crea precedente, los padres más conservadores quedan aterrados por la posibilidad de que el movimiento hippie resurja y que los rusos puedan envenenar a sus hijos cuando salen a pedir golosinas…

Una serie de eventos que propician que periódicos como el New York Times publique un artículo advirtiendo de que puede haber manzanas podridas, drogadas, cuchillas en barras de chocolate, chinchetas en el interior de caramelos y un arsenal digno de un buen asesino en serie.

Esto siembra el pánico entre los progenitores y atan en corto a sus revoltosos retoños; para el colmo, salen muchos profesionales de la docencia y medicina apoyando esta supuesta realidad… y un asesinato real.

Seguimos en 1974, pero en Halloween. Un matrimonio formado por Ronald Clark O’Bryan y Dayenne O’Bryan, que vivía a las afueras de Houston, salen a pedir «truco o trato» con sus dos hijos.

Tras una noche fructífera de buen botín, los hermanos se disponen a repartírselo. La hija, Elizabeth, tuvo la fortuna de no querer nada, pero el pequeño Paul O’Bryan probó el caramelo que no debía. Y esa fue su última noche.

Al día siguiente del funeral del pequeño, Ronald O’Bryan fue detenido tras comprobar que el padre de familia había solicitado un seguro de vida por sus dos hijos y habló con amigos sobre los efectos del cianuro de potasio, veneno empleado para matar al crío. El 3 de junio de 1975, fue condenado, y un día después lo sentenciaron a la silla eléctrica.

Así pues, este terrorífico suceso acrecentó la paranoia de los padres y creó un sinfín de historias de chiquillos que habían muerto o sido dañados por caramelos sorpresa.

Se demostró, nuevamente, que no había ningún hecho verídico. Aun así, la leyenda urbana sigue presente hoy en día, y quién sabe, con lo trastornada que está la sociedad, si no sería posible transformar la ficción en realidad.

  1. Cuando los asesinos salen a cazar

Steven Wilkins nos muestra realmente quién es: un perturbado asesino que aprovecha Halloween para salir de caza. Vemos que se disfraza de vampiro y usa unos dientes de pega bien afilados para matar a su víctima.

La joven podía haber sobrevivido… si no fuera porque Henry y Emma, entre otros, la confundieran por otra borracha disfrazada. Tampoco nadie se extrañó cuando Steven la apoyó contra la fachada de una tienda y le cerró los ojos: una fiestera más que ha caído rendida (además, se camufla con unos cuantos que también están durmiendo la mona).

Con esto nace la leyenda urbana, otra vez propuesta por los padres y exportada a otros adultos y profesiones, de que la noche de Halloween es la más sangrienta por la cantidad de asesinatos que se perpetran (sin contar con el desorbitante número de hechos delictivos).

No existen casos con que sustentar esta supuesta oleada de desenfreno alienado. Aun así, en 2010 tenemos un hecho que sí puede emplearse para las generaciones venideras, de la misma forma que se usó el caso de Ronald O’Bryan.

Alrededor de las 13:30 horas del 31 de octubre Devon Griffin regresaba a casa tras asistir al servicio religioso de los domingos. Cuando abrió la puerta, se encontró a su madre, Susan Liske, y a su padrastro, William E. Liske, yacidos en la cama.

En un primer momento pensó que se trataba de una macabra broma… hasta que vio que la sangre goteaba. Aterrorizado, llamó a los servicios de emergencia, y el horror no disminuyó cuando ellos encontraron un tercer cadáver: Derek, de 23 años, hermano mayor de Devon.

El asesino fue el hijo mayor de William Liske, William Liske Jr., quien estuvo la misma mañana en el domicilio familiar, aunque Devon no sospechó nada extraño.

A pesar de este caso, la evidencia sigue perdida. Quizás forma parte de los detractores de la festividad y la cultura popular que han creado alrededor de ella para evitar que sus retoños se vean expuestos ante tales horrendos vivientes.

Es posible que también forme parte de la paranoia que despiertan películas de terror, en concreto slasher, como La noche de Halloween, La matanza de Texas, Maniac u otras como Cuando llama un extraño, La última casa a la izquierda

El caso es que esta leyenda urbana seguirá alimentándose en el futuro y los Steven Wilkins de turno despertarán de su larga hibernación para alimentarse una noche al año.

  1. Autobuses fantasmas

Para empezar, no me entretendré mucho en el personaje de Rhonda, porque de sobras es conocido que son protagonistas de infinidad de historias de terror, muchas de ellas representaciones burdas enlazadas con falso satanismo.

Aquí, por fortuna, encontramos solo a una chica disfrazada de bruja, que casualmente es la única que guarda respeto por la festividad, conoce su origen y rinde homenaje en forma de linternas de calabaza y temiendo la furia vengativa de las almas de los niños.

Es precisamente en esta historia donde sí voy a hablar un poco más. Se pueden sacar dos referencias: una a la cruel realidad que vivían los críos con alguna deficiencia física o mental y otra a una leyenda urbana.

Aparte del autobús fantasma de Pekín número 375, tenemos una leyenda en suelo estadounidense (qué raro). Además, se repite el estado donde residía el asesino Ronald O’Bryan, aunque nos vamos a Austin. Entre 1930 y 1940 (el número que más os guste), una monja conducía un autobús escolar dirección a Shane Road durante una noche muy oscura. Sin embargo, el vehículo se detuvo cuando llegó al cruce del ferrocarril.

La mujer intentó encender el motor, los niños estaban dormidos. Entonces, oyó el sonido repentino de la locomotora. Parecía tener el faro roto, pues este no emitía franja de luz alguno; tampoco había advertido su llegada con su característico silbido bramando en el silencio.

Con desesperación, la conductora intentó una última vez hacer rugir el motor… en vano. El tren partió el autobús por la mitad y la mujer salió disparada por el parabrisas. De forma incomprensible, logró sobrevivir, al contrario de las pobres criaturas dormidas que iban sentadas.

Pasadas unas semanas, tal era la culpabilidad que decidió ponerle fin. Volvió en coche al lugar trágico, apagó el motor y esperó a que llegara el tren. Para su sorpresa, notó un balanceo y percibió que el vehículo se estaba moviendo… ¡fuera del alcance de la locomotora! Fue entonces cuando se apeó y miró alrededor por si alguien la hubiera decidido ayudar en el último momento. No había nadie, al menos hasta que se dirigió al maletero.

Impresas en la carrocería había un montón de manos pequeñas. Comprendió que los niños no le guardaban rencor alguno y debido a este motivo la ayudaron. Aprovechando esta segunda oportunidad de vivir, dedicó el resto de sus días a la caridad, construyendo una escuela para huérfanos donde daba clases.

(Escena poscréditos: luego se convirtió en una sierva de Valak y actualmente James Wan está en negociaciones con Blumhouse para hacer un nuevo spin-off de Expediente Warren).

El otro reflejo a la realidad no tiene nada de paranormal, pero sí de crueldad. Es sabido que en siglos pasados los niños que nacían con deformaciones o problemas mentales eran poco menos que hacinados en sus hogares, en muchas ocasiones mantenidos como si fueran bestias inhumanas sometidas a maltratos y vejaciones continuas porque no podían entender cómo «eso» podía existir.

También podíamos encontrarlos sirviendo como espectáculos circenses. O si no existían centros de dudosa integridad y condiciones salubres que los acogían y los mantenían aislados de la sociedad para no causar oprobio a sus progenitores. Cuando no se podía aprovechar ninguna de estas opciones, se deshacían de ellos como si fueran muebles viejos.

Así pues, a veces la ficción se construye sobre una cruenta realidad.

  1. Noche de lobas

Si algo no podía faltar en una antología de Halloween son los hombres lobo. En este caso, vemos una transposición de la criatura en unas jóvenes agraciadas que parecen unas fiesteras más.

En esta historia vemos cómo los instintos primitivos prevalecen por sobre millones de años de evolución: los chicos caen con facilidad como si estuvieran bajo un influjo irremediable, en una especie de absorción de poder de unas vampiresas.

Esta es la historia donde más cuentan los detalles, pues en cada conversación sobresale las intenciones de las jóvenes, aunque los chicos, idiotizados por ver carne, tienen la comprensión bloqueada.

Además, en esta es la única donde Sam no parece castigar del todo, si no contamos con que Steven Wilkins termina siendo comido en el Prado de las Ovejas. El pequeño observa todo con suma tranquilidad, pero ¿por qué?

Simplemente porque son seres sobrenaturales; representan la esencia de Halloween: las bestias, una noche al año, toman el control y consuman su verdadero ser.

Las chicas, cuando llega medianoche —tiene gracia que Danielle vaya disfrazada de Cenicienta—, cumplen no solo con una tradición por ser una fecha diferente, sino con su ritual genuino.

Captamos también que Laurie ha transgredido la línea que delimita la juventud de la adultez cuando es capaz de atrapar a su propia presa y devorarla una vez se transforma. Por eso, esta es la única historia que honra el origen de Halloween y, por lo tanto, Sam solo debe disfrutar del espectáculo.

El espíritu de Halloween

Llegamos al final, y para terminar es preciso dedicarle este espacio al alma de la película: Sam.

Para empezar, este pequeñajo tuvo su primera aparición en el cortometraje animado de Michael Dougherty, el director de la película, titulado Season’s Greetings, estrenado en 1996.

Por cierto: esta cinta se puede encontrar, junto a otros extras interesantes, en la edición DVD de la película. Ahora sí, es momento de hablar sobre él.

Empiezo con lo más obvio: Sam es la encarnación de Halloween. Primero, tienes unas reglas muy bien definidas:

  1. Siempre debes dar dulces en el «truco o trato».
  2. Siempre debes llevar un disfraz.
  3. Nunca apagues la llama de una Jack O’Lantern antes de la medianoche.
  4. Respetar a los muertos.

Una vez sabido lo básico, toca hablar sobre porqué de su nombre y aspecto.

Empiezo por lo más breve y sencillo, que es su nombre. Sam viene de la contracción Samhain, que, como sabréis, es la festividad celta que los cristianos transformaron en La víspera de Todos los Santos.

Por lo tanto, el crío encarna el espíritu del Halloween (contracción de All Hallow’s Eve) moderno y que celebramos hoy en día. De ahí que esta pequeña criatura se comporte con tanta intransigencia con respecto al cumplimiento de las tradiciones.

A pesar de su apariencia aniñada, esto es fachada. Primero, su edad es desconocida, pero tiene cientos o miles de años. Esto podemos descubrirlo en la historia La doncella del maíz, perteneciente al volumen Truco o Trato: los días de los muertos, integrada en el tomo Truco o Trato: celebrando el décimo aniversario de Sam, la hija del jefe tribal le da un muñeco de Sam a Sarah, la hija de un explotador minero del siglo XIX.

Le confiesa a Sarah que «Sam no es un espíritu bueno, pero que es muy antiguo y poderoso». Esta historia puede parecer una libre adaptación, pero hay que recordar que Michael Dougherty estuvo supervisando el proyecto, por lo que podemos considerar que todo forma parte del universo de Sam.

El segundo punto de que las apariencias engañan es que, una vez el señor Kreeg le arranca el saco de la cabeza, descubrimos que en lugar de una cara dulce hay un cráneo en forma de feto y calabaza.

Llegamos al siguiente detalle, y es que, si nos fijamos bien, sus rasgos son compartidos con los de un nabo tallado (Hob-o’-lantern), en clara alusión a la herencia irlandesa.

De hecho, también se le otorga protagonismo al origen de la festividad en el relato La semilla, de la antología gráfica mencionada en el párrafo superior, que inicia la acción en Irlanda, el 24 de octubre de 1640.

Siguiendo con su aspecto exterior, su vestimenta recuerda a la de un espantapájaros que, por cierto, recibían el nombre de Jack-o’-lent y se vapuleaba y quemaba (se imaginaban que era Judas Iscariote) en los Miércoles de Ceniza durante la época isabelina.

Y, por supuesto, el color naranja de su ropa como reflejo de las calabazas, que sustituyeron a los nabos cuando los irlandeses llegaron al Nuevo Mundo. Por último, y esto ya forma parte del interior de Sam, cuando el señor Kreeg le dispara con la escopeta vemos que el pequeñajo está formado por la pulpa de la calabaza.

Antes de terminar, me gustaría aportar más guiños curiosos. Cuando la mano de Sam repta hasta él y Kreeg exclama un «tienes que estar bromeando» es un homenaje a La cosa, de John Carpenter, replicando la misma línea que pronuncia Palmer; además, en el extra del DVD «Trick ‘r Treat: The Lore and Legends of Halloween» vemos que Brian Cox, que interpreta al señor Kreeg, pide que se le peine de la misma forma que al director de La noche de Halloween.

Y esto ha sido todo. Espero que hayáis disfrutado leyéndolo tanto como yo en el momento de escribirlo. Y recordad: respetad las tradiciones o Sam aparecerá para rasgaros la garganta con una piruleta rota.

¡Felices trastadas!

Imagen: 40talesofpumpkin

El saco de Sam
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