Hacia finales de la década de los 90’, la cuna del videojuego saboreaba las mieles del éxito mundial con un género de propio acuñamiento: el JRPG, denominación de origen que llevó a marcas como Final Fantasy, Dragon Quest o Star Ocean a lo que son hoy día, tanto en Japón como en el resto del globo.
No hay nada como la imaginación para rellenar los huecos, escuché en una ocasión de alguien en YouTube hablando sobre el fanservice, y se me quedó grabada en la mente: me pareció una de esas frases que resaltan, te hacen reflexionar, que dicen mucho con muy poco y además, desde que la oí, la he aplicado a muchas conversaciones y momentos en mi vida como ahora, donde estoy, una vez más, sacándola a la palestra.
Se suele asociar la calidad con el éxito comercial, lo más vendido con la mejor opción. Y no, no siempre una cosa guarda relación con la otra.
Hay infinidad de películas, libros, discos, series y videojuegos cuya repercusión comercial no representa el valor que esconden: productos que, por diversas circunstancias, obtienen un reconocimiento dentro de círculos más restringidos, lejos de la gran masa de consumidores.
Y GameCube sabe mucho de eso: probablemente sea una de las videoconsolas más infravaloradas que ha visto el mundillo.
Prácticamente desde sus inicios, el mundo del videojuego ha abrazado un afán por contar historias, por descubrirnos mundos, héroes y épicas batallas, llegando hoy día a mirar a los ojos a los grandes del entretenimiento como son el cine o la televisión. Para ello, los creativos se sirven de todo tipo de herramientas narrativas y formas a la hora de relatarnos un suceso.
A los aficionados al videojuego, la palabra rapture nos trae al pensamiento inmediatamente la obra maestra de Irrational Games, Bioshock, y su inquietante mundo (o rapto) submarino; de los diferentes significados del término, el más adecuado para el título de The Chinese Room sería “éxtasis”, dado el apocalíptico argumento que nos ofrece: la paulatina desaparición de los habitantes de una idílica villa inglesa de los años 80, desvanecidos sin dejar rastro.
Es innegable que en Capcom practican al pie de la letra aquello de “renovarse o morir” con Resident Evil, porque se han empeñado en que se salte sus propios esquemas cada cierto tiempopara seguir sorprendiendo al público.
Si en 1996 acuñó el término survival horror con su actualización para PlayStation de Sweet Home, en 2005 decidía abandonar las cámaras cinematográficas en favor de una vista al hombro después imitada por toda la industria, para luego, en 2017, regresar a unas raíces más cercanas al suspense apostando por la perspectiva en primera persona.
A todo amante del JRPG le resultará sencillo retrotraerse a una de las épocas doradas del género: la década de los noventa. En ella, el género proliferó hasta diversificarse y crear subgéneros para todos los gustos, desde la acción hasta el combate táctico.
Aunque obtuvo una acogida entre prensa y público muy positiva, Resident Evil, al igual que otras obras icónicas del entretenimiento, como Alien El Octavo Pasajero o Blade Runner, no se escapó de algunas críticas que lo tachaban de mediocre y de “recopilatorio de clichés”, así que sería el boca-oreja lo que terminaría consagrándolo como lo que es: una auténtica obra maestra de los videojuegos.
Y es que escapar de una misteriosa mansión llena de trampas, rompecabezas y una munición escasísima, con la que parar zombies y criaturas de todo tipo, se convirtió en una de las experiencias que podemos considerar imprescindibles para entender el videojuego moderno y, en concreto, el género de terror.
Con este incierto 2021 en marcha desde hace casi dos meses, aún estamos asimilando la llegada de las nuevas consolas de Microsoft y Sony, el gran acontecimiento en el mundo de los videojuegos.
Ninguna de las dos consolas ha podido asentarse en sus primeros compases, y es que seguimos con severos problemas de stock incluso habiendo dejado atrás sus meses de estreno y las fiestas navideñas. Es por ello que muchos usuarios, aun teniendo total disposición para adquirirlas, se tienen que conformar con seguir en la ya pasada generación.