Jugar a la moda

 

Es sabido por todos la confrontación ineludible que existe en este fantástico mundo videojueguil ―repudiando el sector extremista, cuya mayor labor es limpiar la suela de los zapatos de Sony, Microsoft o Nintendo y desdeñando a la competencia― entre aquellos llamados gamers y los casual gamers―apartando lenguaje sibarita e innecesarios anglicismos, simplemente son conocidos como jugadores y jugadores casuales―.

Este debate es más longevo que el tiempo empleado por George R. R. Martin para escribir dos líneas de Juego de Tronos ―no es una ofensa, aclaro, por la extrema susceptibilidad de hoy en día―. Sin embargo, os planteo una pregunta: ¿qué es para vosotros ser un jugador (gamer en la jerga)?

Algunos responderán que es jugar títulos de nicho (totalmente respetable); otros, disfrutar de videojuegos estilo The Witcher (aunque los dos primeros pueden ser incluidos en la primera categoría, la tercera entrega cimentó una triple popularidad: la del estudio, CD Projekt RED; la de la propia saga, y la del escritor, Andrzej Sapkowski), títulos que gozan de reputación pero no aptos para todo el público.

Los usuarios más fieles a la marca de su consola ―sin generalizar, aquí los usuarios extremistas vierten la frustración de su vida― se definirán con este calificativo por disfrutar, en su mayoría, de videojuegos exclusivos, y un sector que abarca más terreno dentro de este mundo, elegirán entregas muy comercializadas, véanse FIFA, Call of Duty, Battlefield (si bien tiene menos repercusión que la anterior saga bélica), Fortnite (el juego de moda, de la misma forma que en su día fue Minecraft…).

«Vale, Alejandro, y los videojuegos tipo Grand Theft Auto o Red Dead Redemption, ¿dónde los incluyes?».Vale, vale, touché.

Ambos casos son ejemplos de juegos de moda, para qué negarlo. En el primer caso, GTA V monopolizó (y sigue haciéndolo, sorprendentemente) el mercado, y la última entrega de RDR está batiendo récords merecidamente (no tengo urgencia por comprarlo, y quizá no me llame tanto la atención como otros, pero no por ello desmerezco el encomiable trabajo realizado por Rockstar incluso en nimias situaciones).

Pero, a diferencia de otros juegos que ocupan un gran tráfico no solo en las videoconsolas sino en páginas como YouTube o Twitch, estas sagas siguen disfrutando de un gran volumen de jugadores, aunque su visibilidad en la red pueda haber disminuido. Esto puede deberse a las posibilidades infinitas de divertirse, como sus adictivos modos historia (de portento gráfico incuestionable) o a que sus amigos sigan disfrutando de estos videojuegos, sumándose a la party online.

Explicado esto ―o al menos, lo mejor que pude―, prosigo a ofrecer mi humilde perspectiva acerca de esta batalla estúpida (como todas, básicamente). Me considero un jugador polivalente: disfruto de todos los tipos de juegos, pero no por ello me cierro a probar otros con mayor o menor fama.

Me he encontrado con miembros extremistas, sin importar sus preferencias, proclives a denostar ―aun sin haber siquiera jugado o visto un vídeo― obras no afines a sus gustos. Ejemplo: jugadores de FIFA que consideran estúpidos a las personas que no disfrutan de juegos online, llamándolos «mancos»; jugadores de títulos offline que tienen una figura estereotipada de la gente aficionada a juegos en línea, tildándolos de ignorantes y apartándolo, como si ejerciese un poder divino, de los que se hacen llamar gamers. Por supuesto, he coincidido con gente encantadora y respetuosa con gustos dispares, y hemos mantenido debates ―que no guerras― coherentes realizados desde la cordialidad y conocimiento.

Pero no podemos vivir engañados, claro. La industria del videojuego (comprobemos las listas de Los más vendidos de Reino Unido, Estados Unidos o España) se nutre de las ventas de los juegos casuales.

Vemos el podio ocupado por las mismas sagas de siempre, aunque excepcionalmente se establecen otros títulos, ya sea con mayor o menor duración. ¿Esto habla del nivel de los jugadores? No.

Simplemente hay un altísimo porcentaje de personas que se decantan por entregas anuales o juegos de moda. Aquí pueden intervenir factores como el tiempo disponible o nuestro poder adquisitivo, que quizá no nos permita comprarnos muchos videojuegos, o no los deseados, y debemos decantarnos por aquel que nos aporte diversión y no nos haga perder dinero.

Este criterio también puede ser aplicado a videojuegos de carácter offline, quienes elijan historias bien elaboradas aunque duren cuatro horas, o quizá para aquellos que se compren cuatro videojuegos independientes a una media de veinte euros.

Y aquí es donde, desde las trincheras, enarbolo una tela blanca enredada torpemente a un palote y la agito. Para mí ser jugador (o gamer) consiste en abstraerte del plano corpóreo y depositar tu mente en el mundo digital que tienes en la pantalla. Da igual si no sales de FIFA o CallofDuty, como si te pierdes en el yermo de Mad Max o cabalgas con tu banda en Red DeadRedemption; lo importante es que el videojuego cumpla un único fundamento: divertir.

Si no es así, da igual que sea el videojuego más caro jamás creado, con un asedio publicitario sin precedentes, que si no tiene ese componente indispensable no va a ser un buen título.

Disfrutemos de esta maravillosa afición, sin inmiscuirnos en batallas absurdas fomentadas por YouTubers imbéciles, tuiteros idiotas o foreros ignorantes que se miden el miembro viril y se lo entregan a determinada compañía.

Los videojuegos son cautivadores, frenéticos o insaciables; es un arte equiparable a todos los demás, y como tal, la opinión es diversa. Si a todos nos gustara lo mismo, la evolución que hemos podido disfrutar en este sector no hubiese existido. Las innovaciones vistas en videojuegos como Gears of War, Crysis, Resident Evil o Metal Gear Solid hubiesen quedado recluidas en la mente de sus creadores porque no hubiese sido rentable.

Juguemos, hagamos el amor, y dejemos de jodernos unos a otros, que para eso ya se encargan las compañías desarrolladoras con políticas abusivas de consumo.

El saco de Sam
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