El videoartista Bill Viola ofrece una experiencia completamente única, genuina y minoritaria dentro del mundo de los videojuegos, acercándolos un poco más al arte de vanguardia

Aún con todos los matices y el debate interminable de si el videojuego es arte (en base a su naturaleza primigenia de proporcionar diversión y plantear reglas cambiantes/fijas para conseguir unas metas específicas), el videojuego no se escapa a propósitos artísticos como instrumento cultural que es.
Tal es así que cada vez son más los productos que apuestan por seguir cauces que lo alejan del paradigma tradicional de ser, simplemente, entretenimiento interactivo.
Porque es la tendencia natural de las vertientes culturales. En la literatura, la pintura, la música, la arquitectura o el cine hay numerosas corrientes que se reciclan periódicamente, intentando cobijar las inquietudes de sus artistas a través de ensayos, “falsos documentales”, impresionismo, vanguardismo y un sinfín de técnicas que afectan a las formas externas, pero no a las internas, que son ese deseo universal de expresar en el sentido más amplio de la palabra: transmitir y arrancar una reacción emocional, sensorial o intelectual en aquel que observa.
Esta misma conclusión fue la que determinó el Tribunal Supremo de EEUU, en 2011, cuando decidió amparar a los videojuegos bajo la tutela de la Primera Enmienda de su constitución, al entender que los diálogos, personajes y música de un videojuego “promueven la comunicación de ideas y mensajes sociales”.
Así pues, y con la mentalidad abierta de que el videojuego es arte, al menos en un sentido progresista y no tradicional, se están multiplicando las interpretaciones y expresiones estéticas de creativos con interés en usar este medio para sus fines comunicativos.
Los hay más contemplativos, como Flower, en el que teníamos el rol de pétalos de flores que “descontaminaban” urbes grises y frías; un título que ya ha pasado por galerías de arte como el MoMA de Nueva York o el Smithsonian American Art Museum, donde está en una exhibición permanente.
También hay experiencias interactivas de corte emocional, como Journey, donde el trayecto hacia la cima de una montaña facilitaba la interacción con jugadores anónimos de cualquier parte del mundo, mientras se fusionaba su música con la puesta en escena. Igualmente, se ha expuesto en diversas galerías por todo el mundo, como la citada MoMA.
Hay muchos más ejemplos de carácter introspectivo: adscritos a contenido filosófico tenemos la reflexión nihilista de Here They Lie; sobre la trascendencia y los fines vitales, What Remains of Edith Finch; acerca de la madurez y la vejez, The Unfinished Swan; abordando sentimientos de compasión, culpa y redención, Everybody’s Gone to the Rapture…
Podríamos seguir con más ejemplos (muchos de ellos acotados en los términos de la narración como estos ahora citados), también definitivamente alejados del conservadurismo de saltar unas plataformas, recopilar monedas y cruzar la meta.
Sin embargo, The Night Journey se ubica en una línea menos cinematográfica y más decididamente experimental. La propuesta es idea de Bill Viola, considerado uno de los artistas más influyentes del panorama actual en las vertientes dedicadas a crear con tecnología.
Su búsqueda de respuestas acerca del conocimiento, la consciencia, el crecimiento personal, la muerte, el placer y la incertidumbre sobre la condición humana son una constante en la obra de innumerables artistas, pero Viola reformula estos habituales pensamientos existencialistas recurriendo a performances, estructuras que envuelvan al individuo físicamente y, sobre todo, a composiciones audiovisuales de naturaleza inmersiva.
Su nombre es uno de los más conocidos entre los seguidores del arte postcontemporáneo y algunas de sus creaciones han dado la vuelta al mundo, como Observance, un ejercicio de introspección sobre los atentados del 11-S.
Considerado un ventajista y un pionero a partes iguales, Viola comenzó en 2005 una colaboración con la rama experimental de la empresa de videojuegos Electronic Arts, la EA Game Innovation Lab, para dar forma a su proyecto sobre la iluminación del ser humano, que es este The Night Journey que nos ocupa. Un planteamiento al que el artista ha recurrido con posterioridad en trabajos como Bodies of Light, donde también profundiza en el impacto de los recuerdos fugaces en el tiempo presente.
Un mundo de vídeo a explorar
Que un creativo esté considerado uno de los más influyentes dentro del videoarte y no experimentase con videojuegos hubiese sido una absoluta contradicción.
The Night Journey ejerce de peldaño continuista dentro de la carrera de Viola, ofreciendo una experiencia tan onírica que busca generar en el visitante la única certeza de que todo es irreal.
Y digo visitante porque realmente el juego consigue trasladar la sensación de que has acudido a una proyección o a una exposición, en vez de estar ante un producto audiovisual al uso.
The Night Journey arranca en medio de la noche, como no podía ser de otra manera. Pero una noche muy singular: una alimentada de un blanco y negro extraídos del VHS más ochentero, hasta tal punto que el efecto de emborronamiento puede ser molesto si la pantalla no es grande.
No hay brújula ni indicaciones de ninguna clase: estamos en medio de no sabemos dónde. A nuestro alrededor emergen zonas muy diferenciadas, consistentes en una costa, un bosque, una montaña y un desierto.
Cada una de ellas contiene sus propios secretos y presentan curiosidades como por ejemplo un singular desfile de peregrinos en el desierto o un tiburón en la profundidad del océano.

Igualmente, cada una de estas regiones contiene unos portales que, una vez atravesados, nos revelarán una breve secuencia de vídeo a color (los únicos segmentos que no son en blanco y negro), aunque nuevamente sin voces ni instrucciones: simplemente, unas escenas de corte simbólico cuyo significado solo conoce el autor.
El propósito de las mismas es, o al menos eso he interpretado, estimular nuestra propia capacidad de evocar recuerdos a través de señuelos audiovisuales de carácter universal.
Árboles, pájaros, dunas, colinas o edificios reducidos a escombros serían aquí recursos con que integrarnos en la “proyección”, pues como elementos plásticos no están sujetos a culturas específicas.
La inmersión como principal propósito
La experiencia de The Night Journey termina una vez que hemos visitado determinadas localizaciones, de un modo abrupto igual que su propio comienzo. Concluirla es más una cuestión de tiempo que de investigación, ya que no hay absolutamente ningún tipo de reto o acertijo: es en sentido literal un paseo por un escenario sin orden ni metas.
Y, una vez finalizada nuestra incursión en este extraño mundo de sonidos de la Naturaleza y figuras en blanco y negro, tocará hacer la correspondiente reflexión personal. Por mi parte, la más inmediata es la certeza de que The Night Journey no es un videojuego, sino un recurso artístico disfrazado de interacción.

El resultado puede catalogarse de excéntrico, de curioso, de inmersivo… Pero ¿aburrido? The Night Journey no puede valorarse desde su capacidad para divertir, pues está desprovista de ella aún perteneciendo al formato interactivo; del mismo modo que no podemos decir que un lienzo del siglo XIX es divertido.
No tiene lógica y en esa incongruencia está su principal virtud. Utilizar las formas digitales para reivindicar que ellas mismas pueden ser (son) algo más que eso, es un recurso vanguardista como método de expresión, independientemente de la vanidad y la extravagancia de la idea.
Que The Night Journey sea un título oportunista o adelantado a su tiempo no puede saberse ni sentenciarse aún. Mientras tanto y hoy por hoy, a la inmensa mayoría de jugadores tradicionales, una propuesta así les resultará indiferente como se lo parecerá a quienes tengan un concepto clásico del arte, y en esa tierra de nadie se sitúa The Night Journey: en el lugar donde no va a convencer ni a unos ni a otros.
Eso sí: ése es exactamente el sitio donde los prejuicios de ambas partes empiezan a derribarse.
Un comentario en “THE NIGHT JOURNEY Análisis – Review para PS4. Otro paso más en la intersección entre arte y videojuegos”
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