Alejandro Masadelo
Entre quienes hablan con alegría recordando reminiscencias de un pasado utópico, existe una especie de consenso que establece la edad de los recuerdos.
Un par de quindenios cuando tuvieron en su poder su primera videoconsola; una niñez resguardada del transcurso ineludible del ciclo de la vida; una fragante añoranza que eclipsa la actualidad.
Quizá fuese la novedad de aquel entonces, las pinceladas de fugaz felicidad, las responsables de solapar el presente y cubrir una fugaz amargura del pasado con un manto opaco que no dejara atravesar la tristeza, pero sí intuir sus formas.
Los olores, sonidos, instantáneas o sabores son los sazonares del plato principal, y cuando volvemos a experimentarlos, retrocedemos para disfrutar de esa comida que durante tantos momentos degustamos ajenos al tiempo.
Creo también en la cruel alegría que transmite la nostalgia: aparece en la brevedad de nuestro anquilosamiento, cuando anhelamos revivir ciertas experiencias que nos brindaron infinitos momentos de felicidad.
Activa un recorrido retrospectivo que nos alimenta con copioso regocijo, pero también nos recuerda que ya no los disfrutamos, o no como antes, y nos absorbe esa efímera felicidad para arrojarnos de nuevo a la realidad.
Es cierto que guardamos un cariño especial e inexorable por aquellos recuerdos oníricos vividos durante la niñez, pero pienso que la nostalgia no la determina el tiempo, sino la influencia de los elementos que la componen.
Estaba hablando con un amigo sobre el contenido que pululaba por la red, en concreto de terror o de YouTubers que se dedicaban a este género (ya sea mediante videojuegos, canciones o narraciones de creepypastas) hacía ocho años cuando los engranajes de la nostalgia comenzaron a girar y a emitir un tropel de recuerdos de distinta felicidad: unos, los que formaban parte de una rutina sin importar la situación; otros, los que se encargaban de socavar las emociones convulsas y se sobreponían a la tristeza, el desconcierto o el nerviosismo.
Sin ir más lejos, en una conversación con mi pareja retrocedimos cuatro años, exactamente en el verano. Entonces recordé aquellos meses compartidos casi en su integridad con un muy buen amigo. Sonreí con tristeza en mi interior; los años suman y nos sacan de la linealidad de nuestra diversión o de los planes futuros.
El recuerdo más próximo apareció mientras jugaba a la videoconsola. Germinó hace casi una década, floreció hace un lustro y terminó marchitándose el año pasado. Pensé en las risas nocturnas junto a los amigos, explotando en hilarantes y lacrimógenas carcajadas producidas por mínimas tonterías, o repasando palabras o hechos que tiempo atrás sucedieron y que en la actualidad seguía resultándonos desternillantes.
Pero mientras revisaba la lista de amigos, asimilé que eso no volvería: la volubilidad inesperada del tiempo.
Los videojuegos que más tiempo exprimí junto a estos amigos, que por circunstancias ineludibles e inesperadas dejaron de tener actividad con las videoconsolas, fueron los siguientes: FIFA, Dead by Daylight, GTA V y Viernes 13.
Recuerdo decenas de partidas en cada título, cuando en todas las sesiones íbamos en un paquete indivisible: siempre juntos, siempre compartiendo las mismas experiencias. Creí que la eternidad que durante las horas de juego parecía lejana la marcaría la edad y las responsabilidades inherentes; claro que no imaginaba que ese futuro sería inmediato y se materializaría de forma paulatina.
Esperamos, como si fueran las últimas campanadas en año nuevo, el desbloqueo del candado para poder disfrutar del título de fútbol y mejorar nuestro jugador; además, vivimos el apogeo del modo competitivo de Clubes Pro en FIFA, la creación de la antigua FVPA y el resurgimiento, con una intencionalidad más difusiva, de VFO.
Experimentamos en Dead by Daylight cada entrada de nuevos asesinos y supervivientes, los añadidos y descartes en habilidades de los personajes o la integración de nuevas mecánicas jugables; recolectamos tantos objetos temáticos de Halloween y Navidad como pudimos…
Vimos como mi deseo de añadir beisboleras a las prendas de GTA se hacía realidad; fracasamos por culpa de nuestras risas en los atracos; nos asustamos y jugamos al escondite en el modo especial incluido para Halloween, donde uno era el asesino y las demás las víctimas.
Como en FIFA, donde hicimos la cuenta atrás para disfrutar el primer día de un juego plagado de errores técnicos, igual que Viernes 13; aprendimos muchos términos en inglés, cuando el juego todavía no estaba doblado a nuestro idioma; subíamos y bajábamos rápidamente del techo de las casas cuando todavía había fallos en el videojuego (otros se quedaban ahí toda la partida, debían ser astrónomos).
Hasta sobrevivimos a la efímera moda impulsada por los YouTubers más populares de España, trayendo consigo jugadores, en gran parte, de corta edad que se dedicaban a estropear la experiencia a los demás… Y, por último, nos sorprendimos ante los cambios gráficos y la estabilidad del título, tanto en los servidores como en la experiencia.
En definitiva, disfrutamos juntos.
No tengo ninguna queja de los elementos que tengo a mi disposición hoy en día pero, siendo sinceros, y en esto muchos estaréis conformes con mi opinión, muy pocos podrán reemplazar la simpleza que no todos supimos valorar de unos bellos momentos. Aquellos que la nostalgia se encargó de recordarnos.